Diez años de alternativa y otros tantos de novillero después, Sergio Serrano ha firmado la faena que sueña cualquier torero. La obra de su vida, aunque le cueste reconocerlo y evoque otras pasadas como aquella a un torazo de Martelilla. Serrano es, con mucha diferencia, el torero más querido por la afición de Albacete, quizá desde la época de Caballero. Su honestidad, su compromiso y lo buena gente que es le hacen acreedor del cariño de una plaza torista y torerista a partes iguales. Este 15 de septiembre de 2019 quedará marcado en su carrera.
El destino le puso delante un toro feo y serio de Torrestrella. Nadie lo había visto hasta que cogió Sergio la muleta. Puso en aprietos a su cuadrilla y viajó con intenciones de querer coger. Se dobló con él en tablas para demostrarle que en la arena de Albacete quien mandaba era el torero. Poco a poco, templado y sereno, fue edificando una obra magna y, como se suele decir, haciendo al toro. Lo rompió primero por bajo para llevarlo adelante y lo reventó después con sentidos naturales. Arrebatado y casi con lágrimas en los ojos dejó caer los hombros, le dio el pecho al toro y giró la cadera con una torería innata. Bordó el toreo y contagió esa emoción a los tendidos, que se pusieron en pie al final de cada tanda. Varios muletazos rematados casi con el estaquillador en la arena mirando al público tuvieron un empaque sideral. Y después, la espada. En la suerte natural, con todas las de la ley, dos pinchazos. Ahí sí que estalló el torero y no pudo contener la emoción. Había marrado con los aceros toda una carrera condensada en diez minutos de éxtasis torero y humano. La vuelta al ruedo, para él. La faena hasta el momento de la feria.
Abría la tarde Andrés Palacios, que dejó detalles de torero caro. Con su primero, un remiendo del Ventorrillo que manseó desde que asomó por chiqueros, pudo esbozar sentidas chicuelinas y un inicio de faena con la muleta soberbio. Cadenciosos los estatuarios y sublimes los trincherazos. Se sacó al toro a los medios con temple y calidad. Y ahí se acabó todo. Con el cuarto, un Torrestrella peligroso y de nula transmisión, cuajó una saludo por verónicas magistral. En el último tercio no pudo sino comprobar la sosería del animal. No fue su tarde con la espada. Saludó dos ovaciones.
La única oreja del festejo, de nula entidad, se la llevó al esportón Diego Carretero. En su primera corrida del año, el hellinero evidenció las lógicas carencias de un novel que solo acredita tres festejos como matador. El trofeo llegó en el último toro de la tarde, tras una faena insulsa y a la vez insistente. No se dejó nada en el hotel el torero, pero la deslavazada embestida del animal hizo imposible el lucimiento. Un mar de pases de escaso eco en los tendidos. La estocada, entera y muy contraria, precedió a una terrible voltereta que encogió a la plaza. Por fortuna, el torero salió ileso. Oreja por cogida, que se suele decir. En su primero estuvo desordenado y sin sitio. Muchos enganchones y varios desarmes. Cierto es que tuvo un lote como para haber hecho honor a su padrino de alternativa. Necesita torear para pulir el gran concepto que mostró como novillero.
Fuente: masquealba.com